La metáfora en la investigación (Parte II)

Una reflexión sobre las formas metafóricas que el lenguaje cotidiano ofrece para investigarlo desde las ciencias sociales. 

Las metáforas no sólo pertenecen al mundo de la literatura, no es una cuestión únicamente que dominen y utilicen los expertos literatos y lingüistas, además de la aliteración, el pleonasmo, la prosopopeya, las metonimias, las hipérboles, el hipérbaton, el polisíndeton... Cotilleo tras cotilleo, la gran parte del tiempo, las personas que se consideran “comunes y corrientes”, por no decir no expertas en la lengua, trazan metáforas subrepticias dentro de las oraciones que formulan para el otro (o para sí mismos); solo es cuestión, como dirían Lakoff y Johnson, de poner atención especial a las expresiones para descifrar y entender la lógica metafórica que contienen implícitamente.

 

Este tipo de metáforas explican cómo las personas se posicionan y significan el mundo; o mejor dicho, dibujan, entre líneas, la experiencia humana con su alrededor: las situaciones y el entorno material y simbólico. El lenguaje, desde esta dimensión, más allá de ser un aspecto formal, simple etiqueta, tiene una cualidad performativa: permite que las personas estructuren su vida, y simultáneamente, construye su realidad tanto afectiva como cognitiva (racional).

 

Por tanto, si uno pretende, como investigador, entender las implicaciones metafóricas o efectos de conversaciones en la calle o se ha impuesto (como netnógrafo) la tarea de entender a las comunidades online desde su discurso. La noción metafórica del lenguaje permitirá no sólo reconocer las expresiones como si fuera solo opiniones o discurso muerto, sino que entenderá cómo las personas construyen, re-construyen, viven y sienten su realidad, sea online u offline.

 

Por ejemplo, las metáforas de orientación espacial, en donde la cantidad y la escasez se relacionan con arriba y abajo: es normal escuchar que se diga “los precios subieron” o “hay que levantar la moral y no caer en una depresión”. En ambas expresiones, lo bueno se relaciona con arriba y lo malo con abajo, lo que produce que las personas que sienten depresión, terminen en un centro de atención (su situación es una caída, no un escape o consecuencia de su entorno, sin la carga moral o negativa).

 

 

 

Por otro lado, también están las metáforas estructurales, en las cuales, una actividad o experiencia se estructura en función de otra. Está el caso de las expresiones de amor que abundan en los medios sociales y las conversaciones en Internet. Para analizarlos desde esta óptica, uno podría ver, por poner un solo ejemplo, que en muchas el amor se traduce a un viaje. Y por algo surgen expresiones como “la relación está en una encrucijada” o “hay que ir despacio, hay que tomarnos un tiempo, o ir con tranquilidad”; lo cual se traduce a rompimientos, llantos, depresiones, y en general, a viajes malos o no deseados. 

 

 

En síntesis, si se pretende analizar la realidad discursiva, es conveniente pensar que las palabras no son etiquetas, no son expresiones que tracen la realidad sin efecto alguno, tienen implicaciones y producen cosas, eventos y sensaciones. Una persona que dice “estoy en crisis”, no sólo está describiendo su estado sino, al mismo tiempo, está dibujando un lugar que lo contiene, un espacio físico-simbólico que no le permite moverse o ir a otro lado. Cosa distinta sería si dijera: me parece que en este momento las cosas no van a la alza (otra metáfora), de modo que daría en entender(se) que su situación es desfavorable, pero que no depende de un estancamiento personal (que a veces dura años).

 

 



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Referencias

 

Lakoff, G. y Johnson, M (1980). Metáforas de la vida cotidiana. Madrid: Cátedra.