La identidad desde Borges, Kundera y Goffman.

El buen Borges, parafraseando a Heráclito, en un cuento en donde un Borges-anciano se encuentra a sí mismo (Borges-joven) y no se reconoce, menciona que es imposible cruzar dos veces el mismo río, ya que tanto la persona como el río ya no son los mismos. En este sentido, utilizando esta paradoja, el escritor explica indirectamente -en su narrativa laberíntica- que el anciano ya no es el joven con el que conversa; a pesar de pertenecer al mismo cuerpo-ente, no se puede decir que son idénticos; algo ha cambiado, el tiempo los ha transformado al grado que no se reconocen.
Y algo más o menos similar dice Kundera, cuando también cita a Heráclito para argumentar que el significado o valor de un sombrero no era estático, sino que fluía como el agua por un cauce en el que no se podía entrar dos veces, de suerte que en cuanto alguien pretendiera entrar al cauce, éste ya sería otro. Ergo, el sombrero siempre significaba algo distinto, dependía de la situación en la que estaba.
Ahora, tomemos esta idea o paradoja que utilizaron ambos autores para entender la identidad. Desde esta perspectiva, ésta es un fluido, por más que hayamos querido cosificarla y vuelto un producto con fecha de elaboración (día de nacimiento) y de caducidad (muerte de la persona). Lo que “somos” es una constante en movimiento, un vector híbrido e impreciso, en fin, un proceso (y no un producto ya realizado). Por tanto, no somos sólo el tiempo que vivimos, también somos la historia que nos antecede y el futuro que nos precede. Nuestras ideas, modas, pensares, formas de vestir y de presentarnos y el lenguaje con el que nos expresamos y reconocemos, son de carácter social, pero sobre todo, de carácter histórico, en donde el devenir y la mutación se hacen presentes.
Vale decir que esta historia que nos atraviesa y compone no es una historia lineal, moderna, que va hacia el bien común o progreso, sino es una trayectoria discontinua, con avances y retrocesos disparejos. Uno puede comenzar con un proyecto identitario rockero a los 19 años, cerrarlo a los 23, y a los 57 años volver a intentarlo; empero, no es que haya evolución o retroceso, ni tampoco una acumulación rockera: no es que a los 57 comenzamos el camino que habíamos dejado a los 19. Más bien es una materialización de nuestro yo que realizamos en un determinado momento, un guion de un personaje momentáneo que va acorde a la obra en la que estamos diría Goffman (el rockero de los 19 años nunca será el mismo que el rockero de 57 años).
Hagamos un ejercicio imaginando Facebook: si vemos nuestro perfil online cuando recién lo creamos, más de uno va a sorprenderse de las imágenes que aparecen, y no sólo eso, también de la forma en que escribía, vestía y se relacionaba con los demás. El Time-line de Facebook es un buen ejemplo para entender un poco [1] el río-devenir que nos constituye: nuestro pasado que hemos fijado en el cíbermundo da pie para que vislumbremos cómo siempre estamos cambiando, pese a que tengamos en la cabeza que hemos perdurado, siempre siendo las mismas personas-esencia.
En suma, la identidad tiene sus anclajes momentáneos pero lo que la caracteriza predominantemente es la fluidez y el cambio constante. Habrá que pensar qué haríamos si pudiéramos ver y conversar con ese sujeto de hace años que Facebook nos retrata en nuestro Time-line. Lo más seguro es que lo sintamos ajeno o distinto a nosotros, tal como le pasó a Borges cuando se vio de joven o al significado del sombrero de Kundera que mutaba.
Antropomedia
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Notas
[1] Tampoco somos lo que aparece en Facebook, ni las imágenes son representaciones fijas de lo que fuimos. Las fotos son igual que el sombrero de Sabina, no significan siempre lo mismo, y por otro lado, sólo muestran una realidad de nuestra identidad pasada (no la componen totalmente).
Referencias
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Borges, J. L. (1960). El hacedor. Buenos
Aires: Emecé.
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Kundera, M. (1984). La insoportable
levedad del ser. México: Tusquets Editores.
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Goffman, E. (1987). La presentación de
la persona en la vida cotidiana. Madrid: Amorrortu- Murguía.