Máscaras y cíber-máscaras

Si asumimos la premisa central de la obra de Erving Goffman, sociólogo canadiense, adentrado en el interaccionismo simbólico, podemos pensar que toda interacción es una perfomance creada para una audiencia o público. ¿Qué quiere decir esto? Significa que cualquier conducta o gesto social de un individuo es un acto teatral dirigido hacia un conjunto de espectadores que lo rodean (ya sea presencialmente o imaginariamente). Por decirlo en palabras del autor, una actuación (perfomance) puede definirse como la actividad total de un participante que sirve para influir de algún modo sobre los otros. La vida es un teatro: las personas saben y han aprendido a interpretar los personajes que quieren representar o proyectar mediante el habla y los movimientos corporales; algunas veces lo logran, otras no, todo depende de los acontecimientos que surgen en el escenario (utilizando el léxico goffmaniano), o como a otros les gusta decir, vida.

 

De tal modo, cada encuentro (encounter) que se nos presenta en la ciudad nos obliga o condiciona a mostrar ciertas facetas de nuestra persona, ergo, personaje. En realidad, todo el tiempo estamos usando máscaras: la del buen hijo, la del estudiante, la del amigo, la del padre, la del profesionista. Y esto no quiere decir que sean falsas, sino que son parte de la obra en la que nos encontramos. Ni tampoco coherentes: la contradicción es un elemento que aparece en toda vida humana, gracias a que los escenarios que interpretamos nos introducen en varios roles o personajes, que suelen ser distintos y opuestos. Muchas veces la faceta del hijo no tiene nada que ver con la del estudiante, y esto es porque lo más seguro es que los valores teatrales que comparte el joven con sus amigos no coinciden en absoluto con los que practica en su casa. Cuestión de escenarios simplemente, no hay que alarmarnos.

 

A pesar de la resistencia de muchos, en Internet ocurre lo mismo, sólo que el escenario y las formas de interactuar han cambiado un poco. Ya no se trata de relaciones cálidas en donde los cuerpos se tocan y sienten; sino de performances textuales o audiovisuales (por medio de la cámara) que permiten a los participantes madurar más el rol que van a disponer o presentar. Por ejemplo, en los blogs las conversaciones o debates entre individuos son más masticados que los presenciales. Aquí las personas tienen todo el tiempo del mundo para construir la respuesta que van a argumentar al contrincante, e incluso para construir su biografía virtual.

 

En este sentido, rompamos la idea tradicional de que en el mundo cibernético todo es ficticio; sólo son distintos escenarios, la dinámica es la misma. No es que la identidad en Internet sea falsa, y que la “Real” sea verdadera, tanto una como otra dependen de la forma en que nos exhibamos ante los demás, y del montaje teatral o atmósfera. Ahora bien, si esto lo hacemos para engañar a las personas sobre nosotros, no es más que parte de la obra que estamos construyendo, es parte de nuestro guion de fraudulentos que asumimos.

 

Por tanto, dejemos atrás la idea de que la “realidad” (y la identidad que forjamos ahí) es más real que la virtual, simplemente son dos formas distintas de mostrar nuestro personaje, al final no somos más que máscaras en relación con otras máscaras, y en el caso de internet, cíber-máscaras vinculadas con otras cíber-máscaras. Eso sí, el mundo virtual permite más el anonimato que el real, podemos escondernos fácilmente entre perfiles, palabras e imágenes que no corresponden a nuestro cuerpo; cuestión que no deja de representar el personaje que adoptamos, siempre detrás de la computadora u ordenador hay un rol que estamos cumpliendo, hay una obra de fondo que nos condiciona, o cambia por las interacciones efectuadas en ella.

 

Antropomedia

Email: exploramos@antropomedia.com

 

Referencias

 

Goffman, E. (1987). La presentación de la persona en la vida cotidiana. Madrid: Amorrortu- Murguía.