La disolución de las comunidades

Para Bauman, todos queremos “tener una comunidad”, o al menos, estar en una. Esta palabra representa un estado o situación ideal en la que la estructura social nos cobija ante los males o peligros inmediatos del mundo hostil en el que estamos; es una especie de terreno parecido al paraíso o jardín de Edén, en el cual, las personas están reunidas, protegidas por la fuerza de la masa o la colectividad en armonía; es parecido al Estado de Hobbes que combate al Leviatán. Dentro de ella, lo importante no son los líderes, ni las individualidades, aquí la comunidad (el conjunto de personas que comparte ciertos valores) lo es todo, sin ella no hay ni liderazgos ni recursos individuales.

 

En concordancia, lo comunitario simboliza “seguridad a cambio de estar en un solo lugar”. De ahí que la comunidad opera desde una lógica dicotómica: libertad/seguridad o comunidad/individualidad. Si lo que deseamos es vivir bajo el manto de la comunidad, obviamente perderemos un poco la libertad, ya que para estar en ella debemos cumplir ciertos códigos, normas y leyes aceptadas por todos, de manera que nuestra individualidad se fusionará con la comunidad, dejará de ser independiente para sumergirse en el reino de las identidades sociales o subjetividades comunitarias. Cuanta más libertad tengamos menos seguridad, y cuanta más seguridad menos libertad, volvería a decirnos Bauman. Si queremos vivir en comunidad debemos otorgar un grado de libertad a la colectividad a cambio de nuestra seguridad.

 

Ahora bien, en estos tiempos cibernéticos, las relaciones han cambiado, y por ende, la conformación de las comunidades tradicionales. Según Gergen, autor construccionista, tanto la emergencia de las nuevas tecnologías como las condiciones políticas-económicas han transformado las comunidades homogéneas de antaño, al producir la convergencia entre individuos lejanos de manera proliferada y reducir las distancias geográficas mediante la velocidad. Por tanto, el avance tecnológico no favorece la consolidación de comunidades sólidas, las fragmenta desde la saturación social que posibilita la multiplicidad de lenguajes de yoes incoherentes y desvinculados entre sí, y sobre todo, el choque de culturas con valores distintos.

 

Para el autor, el deterioro se ha producido en tres formas asimilables. Primero, en la comunidad heterogénea, donde cada grupo debe compartir motivaciones, argumentos y valores, pero a fin de compartir su propia tradición. Al estar circunscritos en un espacio varias comunidades con diferentes valores, la conversación se vuelve un debate por tratar de imponer sus valores colectivos. De tal modo, las personas deben de estar batallando por preservar sus valores, sino poco a poco se convencerán de otros que en un inicio consideraban ajenos o extraños.

 

Segundo, en las comunidades fantasma. Aquí, los cuerpos participantes no existen, las casas se habitan pero la conversación entre individuos no se da. Es el clásico ejemplo de una comunidad que no conoce a sus vecinos a causa de la localización del trabajo de sus integrantes. Las personas duermen en su casa pero en cuanto suena el despertador están preocupados por recorrer miles de kilómetros, e incluso los fines de semana van a visitar a sus familiares. Digamos, pues, que aquí hay cercanía física pero no simbólica, hay contacto tenue pero no un intercambio de significados que trascienda a causa de una interacción profunda.

 

Y por último, lo podemos ver en la comunidad simbólica, la cual, surge de la capacidad del intercambio simbólico a distancia, gracias a los medios electrónicos y cibernéticos. Así, los miembros se conocen, entablan conversaciones afectivas, reconocen la existencia del otro al grado que éste es parte de su vida, pero todo desde el plano de lo simbólico y lo lejano. Pensemos aquí en las relaciones cibernéticas producidas por los medios sociales y todos los efectos que ha producido en la conformación de valores compartidos sin contacto alguno.

 

Las pequeñas comunidades donde la coherencia y la integridad eran los pilares están desapareciendo. La híper-conectividad que facilita las miles de conexiones con personas fuera de nuestro territorio, la velocidad para recorrer grandes distancias, las nuevas modalidades de transporte y la lógica del mercado nos están movilizando y saturando con numerosas relaciones y contactos culturales. Pensemos en nosotros. No es de extrañar que de repente en un día entablemos comunicación con diez personas de diferentes países, y además, nos movilicemos por toda la ciudad, sin saludar al vecino o al panadero de la cuadra.

 

 

Luis Jaime González Gil

Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia

Email: luisjaime@antropomedia.com

 

Referencias

  • Gergen, K. (1992).El yo saturado: dilemas de identidad en el mundo contemporáneo.Barcelona: Paidós.
  • Bauman, Z. (2003). Comunidad: en busca de seguridad en un mundo hostil. Barcelona: Siglo XXI.

 

 

 

 

 

 

 

 

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