Sociedad soma

¡Un mundo feliz!, dicen plenamente convencidos casi todos los personajes del libro más exitoso de Huxley, en el cual, se retrata una utopía (o distopía, según cada ojo) no tan alejada del imaginario social, político y cultural que pretende alcanzar la ciencia actual, en especial la biología genética y la psicología de corte conductista.

 

Bajo el método de la hipnopedia (construcción de verdades mediante la repetición de aforismos en la gestación y desarrollo del embrión) y de las creaciones de embriones envasados, tratados lentamente con químicos y condicionamientos pavlovnianos y freudianos, el autor describe una realidad humana en la que el orden social se construye desde la separación de castas (alfa, beta, gamma, épsilon), la ortodoxia, la disolución de la familia tradicional junto con las nociones de padre y madre, la erradicación de la reproducción humana por medio del parto (extinción de los vivíparos) y el placer inmediato y perpetuo de los habitantes que, en caso de verse amenazado, se consigue o retoma ingiriendo una sustancia llamada “soma”.

 

Sin embargo, a pesar de que este cuento se sitúa dentro de la ciencia ficción, hay ciertas ideas que brotan de la imaginación del autor que pueden, sin ningún problema, ser extrapoladas para explicar la realidad actual. Por ejemplo, el hecho de pretender construir verdades científicas y colectivas que definan el estilo de vida de todos los individuos y, por otra parte, la edificación de una sociedad eclipsada por el deseo de “ser feliz”, lo que posibilita el control de la población mediante sustancias o actividades que se traducen en escapes de la cotidianidad hacia la virtualidad o atajos hacia el deseo inmediato.

 

Así como en la historia de Huxley, tanto la ciencias duras como humanas construyen verdades mediante argumentos estadísticos y lingüísticos difundidos por los medios masivos de comunicación (y las conversaciones que éstos generan) a fuerza de repeticiones monologas, periódicas y constantes (62,400 repeticiones hacen una verdad). No obstante, más que objetividades, muchos de los argumentos cientificistas son subjetividades compartidas que se transforman en verdades por su origen y presencia en las comunidades científicas de prestigio, y no tanto por su supuesta cualidad para retratar fiel y exactamente la realidad. Cuántos comerciales televisivos de salud alimenticia y ejercicio físico repiten la frase “científicamente comprobado”, de modo que ya es más una muletilla compartida que se posiciona desde la ciencia que una representación fidedigna del mundo.

 

Igualmente, la sociedad se encuentra inmersa en y por la pretensión total para alcanzar la felicidad, al grado que, al igual que los gammas, deltas y todas las variaciones genéticas de la historia “huxleyana”, la vida cotidiana de occidente se rige únicamente para alcanzar este dichoso estado de ánimo, y en caso de no obtenerlo, se le debe de encontrar a como dé lugar, ya sea en el mundo de las sustancias drogodependientes que generan un olvido parcial, o en el consumismo: actividad compulsiva que consiste en consumir todo lo que está alrededor para satisfacer los deseos inconscientes de índole social, y sobre todo,  para reflejar el éxito financiero considerado hoy en día como el camino a la felicidad. Empero, esto no es resolver la problemática, sino, más bien, olvidar, o como diría Cortázar, darle la espalda a los acontecimientos por un momento, mientras se está recibiendo patadas en el culo, tal como una amnesia placentera pero momentánea y dolorosa.

 

Ciencia ficción. Realidad. Ficción. Ciencia real. Realidad ficticia. Ficción realista… De repente, la separación de la ficción y la realidad se está desdibujando mediante un juego lingüístico, circunscrito en mundo de las figuras retóricas, o como algunos les dicen: “tropos”. Si bien es cierto que el cuento “Un mundo feliz” no es una representación exacta de lo que ocurre actualmente, esto no significa que las ideas políticas y sociales descritas allí, no estén impregnadas en la lógica actual cientificista, positivista y normalista que tiende a ignorar los problemas y obstáculos suprimiéndolos, en vez de tratarlos o enfrentarlos.

 

 

Verdad y felicidad son dos conceptos que se deben re-pensar. Ambas nociones están produciendo sociedades exigentes e intransigentes, en donde los sujetos que no cumplan con los requisitos de la normatividad son marginados tanto por las acciones de los demás como por su voluntad derivada de un sentimiento de culpa. Huxley sostendría que la civilización se encuentra en la era del “soma”: un era que sujeta a las personas a partir de verdades y normas científicas, y por lo tanto, encamina a la población hacia la búsqueda de una sustancia o actividad divina de tintes consumistas que los traslade a un mundo mejor, inspirado en la felicidad nostálgica de la edad de oro.

 

Luis Jaime González Gil

Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Director de eResearch en Antropomedia

Email: luisjaime@antropomedia.com

 

Referencias

 

  • Cortázar, J. (2012). Rayuela. Pamplona: Leer-e.
  • Huxley, A. (2002). Un mundo feliz. Barcelona: Debolsillo.
   
       
       
   
   

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